Durante e inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, las atrocidades cometidas contra los armenios del Imperio Otomano fueron de público conocimiento. En su declaración conjunta del 24 de mayo de 1915, las potencias aliadas, a saber, Gran Bretaña, Francia y Rusia, acusaron al régimen de los Jóvenes Turcos de la realización de crímenes contra la humanidad y la civilización. En 1919, el gobierno otomano de la posguerra procesó a varios jóvenes turcos conspiradores, por los crímenes de masacre y saqueo. Al firmar el Tratado de Sevres el 10 de agosto de 1920, Turquía se obligó a la captura de los "responsables de las masacres". La comunidad internacional no cuestionó en ese momento la veracidad de los informes sobre el exterminio de los armenios.
Sin embargo, los acontecimientos que ocurrieron entre el primer y el último cuarto del siglo XX, alteraron la percepción pública y crearon las condiciones para la negación del Genocidio Armenio. Esta transformación regresiva en la memoria histórica se convirtió en la base de la búsqueda de las generaciones posteriores de armenios, descendientes de los sobrevivientes, para lograr la reafirmación internacional del Genocidio Armenio como un gesto de reconocimiento público de los terribles sufrimientos vividos y del crimen cometido contra sus antepasados.
En 1923, la comunidad internacional abandonó a los armenios cuando las potencias europeas acordaron el Tratado de Lausana en el que Turquía fue absuelta de una mayor responsabilidad por las consecuencias de las políticas del estado otomano expirado. Turquía tomó licencia de esta postura para embarcarse en una política de negación, supresión de la discusión pública y prevención de cualquier mención oficial del trato criminal contra los armenios. El estado de ánimo de Europa al escapar de los horrores de la Primera Guerra Mundial, el aislacionismo en los EE. UU., y el utopismo revolucionario en Rusia, estigmatizaron aún más a los sobrevivientes armenios como testigos de una catástrofe que los responsables políticos y el público querían olvidar o enterrar. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial puso de relieve el problema del exterminio masivo a medida que la revelación del Holocausto reviviendo el sentido de obligación internacional hacia los pueblos victimizados. A medida que este sentido del deber hacia un orden moral del respeto de la vida humana y de la dignidad del individuo se encarnaba en varios pactos internacionales forjados bajo los auspicios de las Naciones Unidas, los armenios comenzaron a encontrar una esperanza renovada de que su caso recibiría atención nuevamente. La Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio de 1948 puso una etiqueta a la masacre en masa y una nueva palabra entró en el vocabulario político de la posguerra: genocidio. Con ello se dieron cuenta los armenios, de que habían sido víctimas de un crimen que en ese momento aún no tenía nombre.
Para recuperar la memoria de su genocidio olvidado, los armenios de todo el mundo en sus domicilios de la diáspora, iniciaron esfuerzos para el reconocimiento nacional e internacional. Estos comenzaron con la introducción de resoluciones conmemorativas en el Congreso de los Estados Unidos en 1975 y con los esfuerzos para ingresar el tema en la agenda de la ONU, lo que ocurrió con la aprobación en 1985 de un informe sobre genocidio por parte de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. En 1987 se logró un reconocimiento más amplio con la adopción de una resolución del Parlamento Europeo, que declaró que "los trágicos eventos de 1915-1917... constituyen genocidio". En los años siguientes, las legislaturas de países como Bélgica, Canadá, Chipre, Francia, Grecia y Rusia adoptaron resoluciones que afirman el registro histórico del Genocidio Armenio. El reconocimiento también llegó a través de declaraciones de jefes de estado y pronunciamientos de legisladores. Entre ellas se encuentran las declaraciones emitidas por los presidentes de Estados Unidos y muchos miembros del Congreso alrededor del 24 de abril, extendiendo sus condolencias oficiales al pueblo armenio en su día de luto, aunque, cediendo a la presión del gobierno turco, los presidentes de los Estados Unidos hasta la fecha han evitado la palabra genocidio. Estos esfuerzos han contribuido a una mayor atención de los medios y la educación del público en general sobre el legado del genocidio en el siglo XX. Sin embargo, la continua negación por parte del Estado turco ha creado condiciones que, en opinión de muchos armenios, requieren la continuación de la búsqueda de reafirmación internacional hasta el momento en que el reconocimiento se haga universal e irreversible.
--Rouben Paul Adalian